viernes, 19 de noviembre de 2010

Fácil....

Faltando dos fechas para la finalización del torneo, todos los equipos de la Liga de Fútbol Profesional de Bolivia se reúnen a petición de dos de sus miembros, en reunión urgente.

Los dos equipos que solicitan la importante reunión son Wilstermann y Real Mamoré y tienen en común su posición en la tabla. Los dos son en este momento los últimos y prácticamente no tienen posibilidades de quedarse en la primera división: tendrán que descender a los infiernos de la primera "B".

Pero como los presidentes de estos dos equipos son unos verdaderos genios, se les ha ocurrido una solución que podría salvarlos del descenso y asegurarles su permanencia en la liga de honor.
Me imagino que se habrán quedado despiertos muchas noches y se habrán quemado las pestañas pensando en posibles soluciones a su dilema, hasta que, finalmente, una madrugada, un poco cansados ya de buscar formulas y de elaborar discursos, uno de ellos, no sabemos cuál, con la cara iluminada y con un fugaz brillo en los ojos, mirando al cielo habrá gritado: "Lo tengo!

Así que se anuncia la reunión con bombos y platillos y se reúnen los presidentes de todos los equipos para escuchar la propuesta de Wilstermann y Real Mamoré, que ha prometido cambiar el panorama del futbol boliviano para siempre.

Toma la palabra Victor Hugo López, presidente de Wilstermann y propone que, para salvar al futbol nacional y de paso darle una ayudadita a su equipo, que marcha último, lo que se debe hacer es simple: Que este año NO haya descensos a la segunda división.

Plop!.

lunes, 15 de noviembre de 2010

Héroes (Parte II)

Cuando en pleno partido, mi amigo Hino - hombre corajudo aunque un poco débil - se tiró al suelo y empezó a hacer muecas de dolor, todos nos preocupamos.

Especialmente su mamá, quién se encontraba en las graderias del estadio grabando con su cámara aquél trascendental partido en el que nos jugabamos el pase a la gran final.
Primero fueron gritos hacia el jugador que había cometido la falta, luego improperios hacia el arbitro y finalmente insultos hacia la madre del jugador y todos sus amigos y conocidos, presentes en el estadio o no.

La falta había sido fuerte y el pobre Hino no fingía su dolor, aunque exageraba un poco cuando se retorcía sobre su costado y hacía señas con una mano para que entrara inmediatamente el doctor.

Luego de unos segundos, el arbitro autorizó la entrada del doctor y éste se apresuró a tomar su botellita de spray frio.
No importa qué lesión tenías, si había sido golpe o estirón, en una pierna o en la cabeza: el doctor del equipo siempre te ponía un poco de spray. Y lo extraño del caso es que siempre, también, funcionaba.

Recorrió todo el campo apresuradamente, batiendo levemente el spray. Llegó finalmente con el herido. Batió nuevamente, aunque ahora con un poco más de fuerza, el spray, le apuntó a la adolorida pierna de Hino y disparó.
Lo que no había visto el doctor, apresurado como estaba, es que tenía mal agarrado el spray. La boca de la botella, por donde sale el líquido, no apuntaba hacia la rodilla del lesionado, sino, oh cosas del destino, hacia su propio ojo.

Al parecer el famoso spray que tan bien funcionaba para nosotros los jugadores, no tenía el mismo efecto en los no deportistas. O eso se puedo inferir de los gritos despavoridos que profirió el doctor, mientras se retorcía de dolor sobre su costado y levantaba una mano, pidiendo auxilio.

A Hino ya se le había quitado el dolor - que finalmente resultó sólo una estratégia para perder tiempo en un momento árduo del partido - y miraba incrédulo al doctor. Fué Hino quien finalmente ayudó a levantarse al doctor y lo acompañó, pasito a pasito, hasta el borde del campo de juego para que se recuperara.

Y todo quedó grabado en la cámara de la mamá de Hino para el eterno recuerdo, no del despistado doctor y su desventura, sino de aquellas épocas en las que, aún sin panza, nos jugabamos casi displicentemente, el pase a cualquier final.

Cachascán

Solo me he peleado a golpes una vez en mi vida. Yo tendría unos trece o catorce años y no recuerdo el motivo de la pelea, pero si recuerdo lo que pasó.

Mi contricante - un tipo de mi estatura, peso y edad, pero terriblemente feo - no queria pelearse conmigo. Yo, rodeado de amigos insitadores y de chicas en busca de héroe, no tuve más remedio que citarlo, a la hora de la salida de clases, en el canchón de tierra que estaba justo afuera del colegio y que conociamos como "el cerro".
- A la salida, en el cerro, le dije.

Cuando el momento llegó y yo me disponía, valientemente, a ir al cerro, ocurrió algo inesperado. Por los pasillos del colegio en dirección al mismo lugar, iba también mi contrincante. Así que en un acto de caballeria deportiva ejemplar, nos dirigimos al lugar pactado, juntos y charlando.

Durante el camino me dijo que no quería pelearse conmigo a lo que respondí indiferente: ya no hay vuelta atrás. Luego, me pidió disculpas por el incidente que había motivado la diferencia - "Tendrás que atenerte a las consecuencias" - le dije yo con tono calmado pero amenzador.

Finalmente me hizo una pregunta, que parecía inocente y que yo solamente entendí uno minutos más tarde. "¿Se valen patadas?" fue lo que preguntó.
Por su puesto que si- le respondí, ya un poco enojado- es una pelea, no un partido de softball.
De reojo lo vi sonreir pícaramente y aunque debí sospecharlo en ese momento, el sentirme superior a mi contrincante me había cegado totalmente.

La pelea no duró mucho tiempo. No estoy seguro si fue por habilidad innata o por algun tipo de entrenamiento, talvez algún tipo de arte marcial, pero mi rival, muy a mi pesar, podía levantar las piernas a una altura y con una fuerza y velocidad asobrosas.
Prácticamente no usó sus manos, principal instrumento, como todos sabemos, en cualquier pelea callejera natural. De hecho, bien pudo haberlas tenido detrás de la espalda, que no hubiera habido diferencia. Sus patadas no me dejaban acercarme a un radio de 3 metros de él.
Lo intenté por todos lados y con diversas estratégias y siempre con el mismo resultado: la planta de su pie en mi cara y yo, aturdido, retrocediendo, moviendo la cabeza confundido y pensando que debí decirle que no valían patadas.