viernes, 19 de agosto de 2011

El club petrolero

Todos nosotros hemos ido alguna vez al Club Petrolero.
Cuando estaba de moda y nosotros eramos pequeños, ibamos con nuestros padres a aprovechar los pocos dias de sol y calor que nos ofrece nuestra fria ciudad.
En la adolecencia ibamos también, ahora sólo con los amigos, a hacer deporte, nadar un poco y, claro, a conocer (generalmente sólo de vista) chicas.

Y de repente, sin previo aviso y a pesar del sobrecalentamiento global, un dia dejámos de ir.
Claro que no fué una decisión voluntaria, nosotros queríamos seguir yendo, aunque sea solo de vez en cuando y cuando nuestros compromisos nos lo permitieran.

En realidad nos prohibieron volver a ir. Y no lo digo metafóricamente como diciendo "desde que subieron los precios nos prohibieron, metafóricamente, ir". No. Nos prohibieron literal y terminantemente volver a ir, asi, con esas palabras.

Algunos de ustedes tal vez no sepan el verdadero motivo de semejante decisión ni de las consecuencias que ésto trajo para nosotros y para nuestra moral, asi que me permito recordarles a algunos, contarles a otros y reclamarte a ti Mendez de mierda públicamente, la historia que derivó en nuestro famoso "castigo petrolero".

Loro, sin lugar a dudas el visitante mas asíduo al club, nos había invitado a nadar un sábado por la mañana.
Con gran ánimo nos hicimos presentes. Después de un par de horas habíamos nadado, jugado fútbol y tomado unas cuantas cervezas, todo en un gran ambiente.
Cuando el grupo estaba disperso y sin previo aviso, se me acercó el Gerente General del club y con voz segura me dijo:
- Jóvenes, se tienen que retirar, inmediatamente, del club.

Yo vacilé. Por un momento pensé que se trataba de una broma, pero por la cara muy seria y enojada del Gerente, no tuve más remedio que dejarle de sonreir inmóvil y preguntarle el motivo.

- Su amigo está meando en la piscina- me dijo muy serio.

Me tranquilicé un poco. Eso era normal, todos hemos meado en la piscina. No había razón para ponerse tan mal con algo tan pequeño (el asunto en cuestión, no el miembro de quien meaba).
Con calma, se lo dije al Gerente.

- Ya señor, eso no es algo grave. Todos hemos meado en la alberca- le dije, recuperando la sonrisa.

- Si-respondio él- pero, ¿Désde el trampolín?.


Todos recogimos nuestras toallas, pagamos la cuenta y perseguimos por unos minutos al Mendez mientras este corría, en pelotas, negándose a irse del lugar y seguramente buscando un lugarcito, talvez en la arcilla de las canchas de tenis, para defecar.

No volvimos a ir. Gracias Mendez.